Cine, ayer y hoy
¿A dónde se fue el cine?

He aquí una “búsqueda implacable” del porvenir de las proyecciones audiovisuales desde cine-teatros, pasando por multi-salas comerciales hasta llegar al podio del sedentarismo afilado por la punta del control remoto.
Sobrevivientes a la era digital en el Microcine de la Municipalidad de Ciudad.
De la amplia historia cultural de Mendoza, podemos decir que el cine colmó las taquillas del siglo XX. Es lamentable asegurar que actualmente numerosas salas acumulan polvo. Si bien, como cinéfilo y crío de la gran pantalla puedo formular esponjosas posturas de cómo se puede disfrutar de una película hoy en día, no tengo muchos recuerdos del furor cinematográfico de aquellas épocas ya que mi existencia aún no era un plan. Sin embargo, tuve la oportunidad de sentarme en una de las salas que yacen en el cementerio del recuerdo mendocino. Por esto, permítanme cortarles su boleto. Ya pueden ingresar para conocer una fábula que tal vez pueda esperanzar un final feliz o, al menos, una moraleja.
Cuando nos depositan el sueldo mensual, rara vez pensamos en apartar
un par de billetes para gastar en el cine. Caminamos por Mendoza Capital,
hacemos fila para pagar facturas y si sacamos bien las cuentas, podemos
hacernos un regalo a nosotros mismos. En estas mismas calles están escondidos
los cadáveres de históricos edificios que iluminaban al público con clásicos de
Hollywood y en especial, de nuestra tierra. Ahora simplemente entramos para ver
zapatos o ropa deportiva, hasta podemos estacionar el vehículo o asistir a un
encuentro cristiano. Probablemente no se lo preguntaron, aún así muchos de esos
lugares a los que vamos eran salas de cine. El Centro de Empleados de Comercio,
el misterioso complejo que está a su lado, el Correo Argentino de Av. Colón, en
la Galería Bamac, en la intersección de Arístides Villanueva y Martínez de Rosas,
en el Auditorio de Radio Nacional ubicado por Emilio Civit, en la Biblioteca
Gral. San Martín, en la Galería Tonsa, incluso en la esquina de Las Heras y 9
de julio.
En el mejor de los casos, se transformaron en teatros, como el
Independencia, el Teatro Gabriela Mistral, o el reciente rescatado Teatro
Mendoza. Las calles Lavalle y Buenos Aires lideraban con cantidad de
espectadores porque ofrecían varías opciones en las mismas cuadras. Luego de un
recital de Catupecu Machu, al notarse una vibración peligrosa desde el pullman y
con el antecedente de Cromañón, se decidió cerrar permanentemente el Gran Rex. Frente
a la calle Godoy Cruz, específicamente por av. San Martín había una sala que se
dio el lujo de acontecer la presencia del mismísimo Carlitos Gardel en una de
sus funciones. El punto final lo puso el traslado del Cine Universidad hacia
los galpones desiertos que acompañan ahora a la Nave Cultural. Pueden aprovechar
las ofertas de prendas al por mayor, pero no se puede comparar con el placer de
ver una maratón de terror a la trasnoche en la misma ubicación.
Quizás nadie deba declararse culpable. La tecnología nos arrastró a
una comodidad que no tiene demasiada competencia. Ni yo puedo quejarme. Lo que sí
puedo decirles es que todavía no es tarde para dignarse a planear una visita a
la butaca.
Pochoclismo vs. streaming.
Siendo conscientes, el cine no es solamente hijo del arte, pues su
mamá es también la industria. De allí comen muchos polluelos gracias a que los papás
se dedican a lo que les gusta. Y si hacemos un estudio veloz del mercado sabremos
que entre los 90’s y la primera década del 2000 fuimos devorados por el consumo
exhaustivo de tanques pochocleros acercados por las multi-salas. Fue un buen
negocio, a demás de distribuir películas crearon el exhibidor de movies para
que probemos diferentes gustos y sabores en el mismo centro comercial.
Lo que no se esperaban era un nuevo antagonista en este segundo acto
de la historia. Sigilosamente creció la velocidad de conexión a internet, lo
cual fue directamente proporcional a la
propuesta de contenidos por plataformas virtuales. Para este 2019, Netflix afirmó estrenar alrededor
de 90 películas originales. Casi el mismo número que se arriesgan a hacer las
grandes corporaciones que vienen luchando desde principios del siglo anterior.
Para aquellos que no solo asesinamos el tiempo con este tipo de
entretenimiento, sino que también hallamos atractivo analizar y mentalizar todo
lo que vemos, creemos que todo tipo de difusión y producción tiene sus puntos a
favor y en contra. Esto no quiere decir que es el final definitivo de las
salas.
A todo esto tenemos que sumar que los últimos años hemos sido víctimas
de escasa variedad de ideas. Miremos las carteleras desde el 2010 en adelante. Reinan
las secuelas, adaptaciones de libros best sellers o comics, adaptaciones live
action de animaciones o videojuegos, remake de clásicos que nadie se acordaba,
¿y el cine de autor? ¿Y el cine independiente?
Salvando al soldado Microcine.
Os no preocupéis, queridos míos, abran paso al climax de esta nota. Hay
algo que no tiene fecha de vencimiento en esta búsqueda de la felicidad. Un producto
cinematográfico puede tener como estrellas algún Robert (Downey Jr., Pattinson,
De Niro, etc), espectaculares efectos especiales digitalizados y
remasterizados, guionistas escribiendo por años, el mejor marketing
publicitario y la opción de verlo en el idioma que quieras, al volumen que
quieras, cuando quieras, donde quieras, cuantas veces quieras. Pero si no tiene
corazón, si no tiene alma, sino tiene pasión se cae al primer tropiezo. Para la
minoría que quiere ver otra cosa hay futuro, y sobre todo hay pasado.
Si bien la descarga ilegal de contenidos sigue vigente y,
lamentablemente, a veces es la única forma de encontrar algo demasiado
específico que no está en ningún otro universo paralelo, les ofrezco otra
salida. Sumemos espectadores a los festivales de cine, no solo traen películas
poco comerciales sino que a demás nos hacen viajar a países que jamás recurren
a los estudios californianos. Siempre hay otras alternativas.
Actualmente, la Municipalidad
de Ciudad de Mendoza mantiene con vida al Microcine David Eisenchlas. Fuerte sobreviviente
que ni siquiera cobra entrada. De martes a sábados a las 21 hs proyecta un
ciclo de cine diferente para fisurar la rutina y mantener vivo el fuego del séptimo
arte en nosotros. Tuve que recorrer y atravesar estos mares para llegar a una
simple conclusión. El cine somos nosotros, los que lo vemos. No dejemos de
hacer zapping, ni de suscribirnos a otro streaming, ni de pagar por pororó en
un asiento que se hace cama, ni de debatir en un cine-club con otros cinéfilos
al final de la función. No todos ofrecen lo mismo y eso es lo bueno, podemos
elegir todo.
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