Relaciones


Las razones de por qué se acaba el amor.




Cuesta aceptarlo pero generalmente es inevitable. No se puede saber si algo es para siempre, pero al menos podemos saber por qué se llega al final.



Existen épocas en el año en que la calle se transforma en una especie de arca de Noé. Todo el mundo emparejado. Y en un primer momento nadie se pone a pensar en que su vida gira alrededor de otra vida, no la propia. Tanto aquel que ansía tener la misma experiencia amorosa que la gente de su entorno, como aquel que dedica todo su tiempo a otra persona. Desde siempre hemos tenido como ideal a la búsqueda de la media naranja, pues es una herencia de la familia, la religión, la cultura popular, las publicidades y nuestros círculos sociales. Es inevitable pensar que queremos compartir nuestra existencia con alguien más, y eso nos lleva a desviarnos de tantas cosas que cuando ingresamos a una relación seria pues no tenemos idea de cómo seguir.

El 2010 ha sido  la década de la sobreexposición de información, y la vida privada de los interlocutores no fue la excepción. Hoy en día todo se hace saber, tal vez no siempre de la mejor forma, pero tarde o temprano se sabe. Cada vez es más frecuente la visibilidad de ciertos temas que antes eran intocables y por supuesto, esto trae pros y contras. Ahora todos tenemos voz y lugar para hacernos escuchar por muchos medios con la idea de alzar a la luz aquellas problemáticas que no suelen decirse para pasar desapercibidas y así, muchos culpables de delitos y atrocidades caminan tranquilos. Sin embargo, ya no es tan así, se puede condenar con pruebas fehacientes lo que nos hace sentir descalificados.

Lo negativo de todo esto puede ser cuando se habla por hablar y se pierde la veracidad y credibilidad de aspectos importantes pero desvalorizados. De todas formas, este no es el marco que nos compete. Retomando la rama y la raíz de lo que sucede, vivimos en una era dónde es mucho más simple encontrar justificaciones para no luchar por la construcción de vínculos poco sólidos. En otras palabras, nadie le pone pila a la pareja. Si nos alejamos de nuestra propia visión, curiosamente podemos darnos cuenta de cuáles fueron nuestros errores y a partir de ahí tenemos tela para cortar.

Obviando edades, nacionalidades e identidades sexuales, todos somos dignos de meter la pata. Y si no sabemos perdonar, rara vez podremos comprender cómo afrontar y sobrellevar lo que nos queda por vivir. Aún así, las estadísticas se encuentran agotadas de sostener el conteo de razones por las que los humanos no entendemos cómo podemos relacionarnos. No quiero englobar a todo humano viviente, sino generalizar ciertas generaciones que tenemos este conflicto. La idea es encontrar el problema y hacer foco allí para mejorar.

Como se dijo atrás, actualmente es más fácil ver las causas que ponen fin a los noviazgos y matrimonios. ¿Las vemos? El trono se lo lleva la infidelidad. Con infinitas redes sociales y su facilidad de ocultar datos personales, entramos a un universo de control que ayuda tanto para mentir como para ser descubierto. Requiere mucho coraje ser fiel a uno mismo, ¡imaginen serlo a alguien más! En realidad, con tan solo ser honesto se evita mucho sufrimiento, pero la cola se esconde entre las patas y nos hace tropezar. Una lección a tener en cuenta a futuro: elevar la verdad por sobre todas las cosas, sea buena o mala, el resto se va acomodando de a poco. Ya sabemos qué pasa cuando nos embarramos de mentiras. Todos podemos aprender.

¿Y qué pasa cuando tenemos miedo de que nos mientan a nosotros? ¿Será alguna especie de inseguridad que nos impide confiar? Llueven las llamadas y mensajes que preguntan a todo hora dónde estamos, con quién estamos, qué estamos haciendo. Se rompe la libertad personal. Cada uno necesita su espacio, si se respeta tenemos en cuenta también la valoración de nuestros derechos de privacidad. Si no establecemos los límites corremos el riesgo de la etapa del desencanto y todo lo que sigue es incoloro.

Es posible que ya no quede una base por la cual continuar remando. Peor aún cuando creemos que un tercero anda metiendo la nariz para boicotear el tango de a dos. La paranoia crece muy rápido y solo sirve para quebrarle las piernas a la pobre confianza. Caemos al mismo pozo que hace que ese primer sentimiento, cursi de nombrar, ya no respire. Todos estos caminos nos llevan al mismo triste desenlace.

No hay manera de saber qué espacio físico ocupan las emociones en nuestro cuerpo, simplemente están dentro y nos dominan como títeres. Y por eso tendemos a ser víctimas de nuestros propios deseos. Culpemos al difunto señor Walt Disney por contarnos cuentos que seguimos creyendo. Lo cierto es que el cerebro humano trabaja así. Aunque lo neguemos, el espíritu demanda romance. Con la excusa del cuchareo de invierno, los regalos del 14 febrero y las flores de primavera nos engañamos pensando que nuestra razón de vivir depende de alguien más. Y lo confundimos en otro nivel en el momento de buscar satisfacción como único camino a la felicidad.

También debemos reconocer que hemos sido público de divisiones de bienes maritales, por lo tanto perdemos perspectiva de lo que somos capaces en el mismo terreno. Así nace el miedo al compromiso y se hace más complicado hallar otro ser con los mismos caprichos. Quizás esta necesidad no es determinante, podemos vivir felices para siempre sin anillos de por medio. Pero seamos sinceros, lo que asusta es el esfuerzo que eso lleva, y los corazones frágiles no se la bancan.

Si se trata de peleas del niño interior con el espejo de la adolescencia y los flashforward, estamos fritos. Esa carga nos hace retroceder varios casilleros. Si no nos queremos a nosotros mismos, ¿cómo vamos a querer al otro? Hasta nos creemos la historia de que no merecemos el cariño que recibimos. Este es el punto de partida. La independencia emocional y, ya que estamos, la responsabilidad emocional. Regar y hacer crecer esos derechos que solo nosotros podemos defender desde adentro. Cuando descubrimos ese equilibrio primordial que mantiene en alto tanto la autoestima como las expectativas, los demás son personajes de relleno. Están todos bienvenidos a decorar nuestras biografías, pero depende de cada uno quedarse en el lugar de protagonista.

Retomando el tema de contenidos recientemente más visibles, sumemos la lucha por el descenso del patriarcado. Si, lo sé, es una palabra que provoca controversia por su concepto y su innumerable uso en los medios, pero es nuestra realidad. La mujer no necesita del hombre para valerse por sí misma. No lo digo yo, lo dice la historia. Todos lo sabemos. Y el hombre no necesita de la mujer para sentirse realizado. Ni hablar de las damas que no requieren de otras damas para lograr lo mismo, y lo mismo con los caballeros y sus estimados compañeros. Las relaciones no nos definen, condimentan espectacularmente la estadía vital, pero reitero, no nos definen.

Desconozco el hambre humana por etiquetar y nombrar todo concepto existente. Rompamos nuestras propias cadenas, nuestros esquemas. Solo basta con saber lo que queremos y darle la importancia que exige. Tenemos el poder de educarnos en la materia del afecto. Tenemos la posibilidad de rompernos la cabeza contra en fondo de la pileta para comprender lo que es justo para nosotros. Tenemos la habilidad de aspirar el mismo oxígeno que el resto de los sobrevivientes del planeta. Tenemos el derecho de liderar nuestros propios objetivos. Tenemos las herramientas y el tiempo para que todo sea cuando tenga que ser. Y sobre todo, tenemos la certeza de que nuestras oportunidades son infinitas. ¿Quién se anima a aprovecharlas todas?

En este apartado dejo el link de la misma percepción ya establecida en los párrafos anteriores pero desde el punto de vista LGBT+ en forma de podcast. Los invito a conocer los monstruos del clóset. 

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