Opinión/Política
Jair Bolsonaro y el poder del
Lado Oscuro.
En menos de un año, Brasil ha mutado a una especie de Ciudad Gótica latinoamericana. Su pueblo tomó la decisión de darle el trono a quien dejaría que sus dragones los quemen.
No es noticia dar
a conocer las terribles declaraciones que el mandatario oriundo de San Pablo
viraliza, o más bien, contamina por sus redes sociales y también por
entrevistas. Parece difícil de creer, pero es cierto. Este hombre es
presidente. Un militar retirado, electo desde el año pasado. Aún en tiempos de
naturalizaciones anti-patriarcales y homófobas, Brasil puso a un villano al
poder.
Este 2019 fue
testigo de una de las tragedias ambientales más devastadoras de lo que va del
siglo. Gran parte de los bosques del Amazonas fue cubierta por llamas que parecían
haber sido liberadas desde el mismísimo infierno. Las zonas afectadas fueron
taladas por el Gobierno junto con muchos árboles sobrevivientes de manera
indiscriminada.
Casi como indicio
de una futura purga nacional, Bolsonaro, a 15 días de asumir su cargo, emitió
un decreto que disminuye las restricciones para la posesión de armas de fuego
para mayores de 25 años. En referencia al golpe de Estado del 64’ alegó que
ésta había sido una época gloriosa y afirmó: “El error de la dictadura fue
torturar y no matar”. Pues claramente, tiene un grave problema para medir la
violencia que representan sus palabras.
No existe
personaje antagonista en el mundo de la ficción que le de vida a aquel
aberrante ser viviente que detesta a la mujer. Ni a Spielberg se le hubiera
ocurrido traer a la actualidad tal espécimen prehistórico. ¿Qué clase de ser
vivo considera que la violación es algo que una persona puede merecer como
castigo?
Y ni hablar de su
postura contra la comunidad LGBTQ+. El presidente brasileño siempre expuso su
odio a los homosexuales. Planea copiar la política de Lord Farquaad al querer
ilegalizar la residencia de las criaturas mágicas en el reino de Duloc. Demasiado
similar también a otro prototipo de infame como lo es Trump, con sus ilógicas
imposiciones que rodean la intolerancia a la igualdad que tiene en su país.
A veces es muy
difícil separar la ficción de la realidad. Pero no nos molestaría para nada
cruzarnos con algún Charles Chaplin millennial que se anime a parodiar al monstruo
que destruye todo a su paso con un simple discurso al final de la película. La vida
real no tiene moraleja. Todos somos presos de nuestras acciones. Por suerte,
podemos aprender de los errores, en especial con los de los demás. Y de Jair
Bolsonaro tenemos mucha tela para cortar.
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