LO QUE LA TORMENTA TRAJO Y SE LLEVÓ
Corrían 12 días desde el inicio del mes de noviembre en una Mendoza húmeda. Se presentaba un alto valor de vapor en la atmósfera y nuestros cuerpos sofocados por el calor se sentían aliviados por esa brisa refrescante que bien no sabíamos de dónde provenía. Un cielo azul de día, que por razones que desconocemos es así cuando no hay nubes, ese cielo azul transparente que dejaba que los rayos del sol traspasaran nuestras ventanas, se metamorfoseó, se fue en un abrir y cerrar de ojos. Nuestro olfato sintió ese olorcito a lluvia tan característico que nos encrespa la piel, ese olorcito a tierra mojada, a césped mojado. Nuestro paisaje cambió. Entre imponentes e infinitas cadenas montañosas, comenzamos a ver copos de algodón que hacían desaparecer los picos de esas cumbres. Cada vez más nubes se acercaban y un cielo gris, oscuro, que daba terror, apareció de repente. Ya estábamos advertidos por el Servicio Meteorológico Nacional (SMN), pero nunca pensamo